Contemplándote pérdida en la prisión de tu tristeza,
arropada en las sombras deprimidas y aterradas,
cabizbaja tu sombra como espejo de flaqueza,
convertida en una falsa relación de amante abnegada.
Te veo sumergida en lo profundo de tu agonía,
sin poder recuperarte ante el cruel castigo,
temerosa de perderte nuevamente en la vía,
como el dolor desesperado de un moribundo mendigo.
Amada que te conocí en la soledad de nuestro silencio,
capturaste mi corazón en un suspiro eterno,
aprisionado mi cuerpo castigado por el cencio,
como el deseo ardiente de este apasionado infierno.
Me estremeces locamente con tu frágil presencia,
trastornas en locura a mis íntimos sentidos,
no puedo apartarme de tu erótica cadencia,
me endurezco bien ardiente ante tus profundos gemidos.
Despierta a la realidad no hay regreso a la nostalgia,
erguida ante la vida despertarás ante el clamor de mi deseo,
a la mujer que atesora el más dulce de los secretos,
abrirás el surco encendido de la bóveda celestial.
Cierra tus ojos y sueña con el momento apasionado,
y moverte hacia el placer mutuo y acalorado,
junto a mi compartirás la corriente sudorosa,
que recorre nuestros cuerpos amarrados.
Y cuando llegues al momento de compartir el dulce sumo,
que propicia la entrega total de mis intimidades y anhelo,
comprenderás la realidad de este cielo encendido,
que te brinda de las tinieblas el escape a tu consuelo.
© José M. García Velázquez 2006.