
Sumido en el sueño del no regreso,
mi cuerpo inerte estaba en agonía,
Todos temían el esperado deceso,
el espíritu de muerte mostraba solo alegría
Solo oía voces a lo lejos, lamentos de que no viviría.
En vano trataron de sacar de mis entrañas el veneno.
Ni siquiera el más diestro y educado galeno,
tenía la seguridad de que en algún momento vencería.
“No hay nada que sacar, su cuerpo todo lo ha absorbido,
solo nos queda esperar un milagro del Dios engrandecido.”
Inerte mi cuerpo, parecido a un cadáver yacía en una camilla,
esperando el viaje asegurado en aquella navecilla.
En mi viaje hacia la muerte pude sentir su Inmensa Presencia,
Era mi Dios piadoso, que me miraba con tristeza.
“¿Por que deseas dejar el regalo que te di? ¿Es que acaso te he fallado?”
Sabía que mi Señor, esperaba mi clamor, mi humillación y ante todo su perdón.
No podía moverme, tan siquiera respiraba,
su Presencia me aliviaba del estado en que me encontraba,
“Amado Dios, que todo lo sabes, me humillo ante tu grandeza,
perdona mi estupidez, porque creyendo en ti, cometí tal bajeza.”
“Déjame vivir, arrebátame de la muerte que me tiene casi en sus manos.”
No pensé más que en mí, sin pensar las consecuencias
Que sufrirán aquellos que me aman y amo.
El suceso que rompería sus corazones como terrible dolencia.
“Sabes mi pena, mi dolor y mi tristeza, algo que cargabas hace tiempo por mí.
Te prometo que te serviré de la forma que tú desees y acataré tu decisión,
no importa cual sea, pero te ruego con toda mi alma que
toques su corazón y mente y la saques de ese convulso frenesí.”
“Entiendo tu pena pues ese amor lo sembré en tu corazón,
es por eso que te ordenó que vivas y no te dejes confundir,
el enemigo utiliza y se disfraza de una constante aberración,
vive, respira, confía en tu Dios que no permitirá que te vuelvas a abatir.”
Luego de horas de agonía cuando todos esperaban lo peor,
mi Señor en su constante poderío echó el espíritu de muerte.
Mi cuerpo eliminaba a raudales el veneno infame y adormecedor,
dejando mi cuerpo y mente cual escudo fuerte.
Reconciliado con mi Dios, ofrezco mi testimonio como ejemplo,
tienes que confiar en el Señor, pues es tu roca y fortaleza ante todo demonio.
Alabo tu nombre Jehová misericordioso, que me recibes con tu gracia.
Seré parte del equipo que enviaste a este mundo llena de personas reacias.
Aceptándote como mi único salvador comprendo tu palabra:
Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre,
sino por mí. Si me conoceríais, también a mi Padre conoceríais;
y desde ahora lo conocéis, y le habéis visto.
San Juan 14:6-7
JM © 2007